Nos hospedamos en el arrabal de Bujára conocido por Fath Ábád, donde se encuentra la tumba del jeque, el sabio, el piadoso y devoto Sayf ad-Dín al-Bajarzi, santo muy principal. La zagüía que lleva su nombre y en la que nos instalamos es grandiosa y administra legados importantes, con los cuales se da de comer al que viene y va. Su jeque es un descendiente de Bajarzi, el peregrino, el viajero Yahyá al-Bajarzi. Este jeque me hospedó en su casa, en la que había reunido a los habitantes más importantes de la ciudad. Se leyó el Corán con bellas voces, se pronunciaron sermones y se entonaron canciones turcas y persas con depurado estilo. Pasamos en este lugar una noche magnífica, maravillosa. Allí encontré al alfaquí, el sabio y virtuoso Sadr as-Sari'a que venía de Herat, un hombre excelente y muy piadoso.
Visité en Bujara la tumba del sabio imán Abü Abdalláh al-Bujári, jeque de los musulmanes y autor de una compilación de tradiciones cuyo título es al-Yami asSahih (se trata de la gran colección de hadiths mencionada más arriba). Sobre la tumba hay un epitafio que reza: «Esta es la tumba de M. b. lsmail al-Bujári que compuso tales y tales obras». Esto es lo que se lee en los sepulcros de los sabios de Bujara: sus nombres y los títulos de sus libros. Yo hice copia de muchos de estos epitafios, pero los perdí junto con otros objetos cuando los infieles de la India me robaron en el mar.
Salimos de Bujara dirigiéndonos al campamento del piadoso y honrado sultán ‘Alá’ ad-Din Tarmasirin, del que hablaremos más tarde. Pasamos por Najsab (ciudad situada en la ruta que va de Bujara a Balkh), ciudad de la que el jeque Abü Turab an-Najsabi ha tomado su gentilicio. Es una población pequeña rodeada de huertos y cursos de agua. Nos alojamos extramuros, en una casa propiedad del emir.
Yo tenía una joven esclava, preñada y próxima al alumbramiento y había decidido llevarla a Samarcanda para que allí pariese. Sucedió que ella iba en una de las literas sobre los camellos y que nuestros compañeros salieron de noche y esta esclava les acompañó con las provisiones y otros objetos míos. Yo quedé cerca de Najsab para comenzar la marcha de día con otros de mis acompañantes. Los primeros siguieron un camino diferente del nuestro, mientras nosotros llegábamos por la tarde del mismo día a la almahala del sultán. Estábamos hambrientos y nos habíamos detenido en un lugar alejado del zoco. Uno de nuestros amigos compró algo para aplacar el hambre y un mercader nos prestó una tienda en la que pasamos la noche. Nuestros compañeros salieron a la mañana siguiente a buscar los camellos y el resto del grupo. Los encontraron por la tarde y los trajeron consigo. El sultán estaba en aquel instante fuera del campamento, asistiendo a una cacería. Visité a su lugarteniente, el emir Taqbugá, que me hospedó en las proximidades de su mezquita y me regaló una jarga, especie de tienda de la que ya hemos hablado anteriormente. Instalé allí a la muchacha y esa misma noche tuvo lugar el parto. Me informaron que el recién nacido era varón, pero no era así: después de la ‘aqiqa(ceremonia que se celebra 7 días después del nacimiento) uno de mis compañeros me hizo saber que era niña. Mandé comparecer a las esclavas y las interrogué. Ellas me lo notificaron. Esta niña había nacido con buena estrella: desde su nacimiento tuve toda clase de alegrías y satisfacciones, pero murió dos meses después de que llegásemos a la India, como contaré más adelante.
Visité en este campamento al jeque y alfaquí, el devoto Mawláná Husám ad-Din aI-Yagi. Esta última palabra, en turco significa «rebelde». Era de las gentes de Utrar. También visité al jeque Hasan, cuñado del sultán.