Queriendo ya marchar de Juwárizm, alquilé algunos camellos y compré un palanquín. Llevaba como contrapeso en uno de los lados a mi cuñado Afif ad-Din at-Tüzari. Mis criados montaban algunos de mis caballos y cubrimos los restantes con mantas, a causa del frío. Entramos en el desierto que se extiende entre Juwárizm y Bujárá, durante dieciocho jornadas de marcha entre arenas deshabitadas, exceptuando un solo pueblo.
Me despedí del emir Qutlüdumür, que me regaló un vestido de ceremonia, y también del cadí. Este último salió de la ciudad con los alfaquíes para decirme adiós.
Caminamos durante cuatro días y llegamos a la ciudad de al-Kat. No hay, en el trayecto de Juwárizm a Bujárá otro lugar habitado sino esta ciudad, pequeña pero hermosa. Nos hospedamos en las afueras, cerca de una alberca helada a causa del frío, sobre la que jugaban y patinaban los niños. El cadí de al-Kát, llamado Sadr as-Sari’a, al que conociera anteriormente en casa del cadí de Juwarizm, se enteró de mi llegada y acudió a saludarme con los estudiantes y el jeque de la ciudad, el virtuoso y devoto Mahmüd al-Jaywaqi. El cadí me propuso visitar al emir de al-Kat pero el jeque Mahmüd le dijo: «Es conveniente que el extranjero reciba la visita en lugar de hacerla; si así lo decidimos iremos al emir y vendremos con él». Así lo hicieron. El emir, sus oficiales y servidores llegaron al cabo de una hora y le dimos la bienvenida.
Nuestra intención era viajar deprisa, pero él nos rogó que nos detuviéramos por el banquete que iba a ofrecer y donde reunió a los alfaquíes, los jefes del ejército y poetas que cantaban las alabanzas del emir. Este príncipe me regaló un vestido y un valioso caballo.
Seguimos el camino conocido por Sibaya. En este desierto anduvimos sin encontrar agua durante seis jornadas. Al cabo de ese tiempo, llegamos a la ciudad de Wabkana (Vabkent), a un día de marcha de Bujara, bella ciudad en la que abundan los ríos y jardines.
Conservan allí las uvas de un año para otro y cultivan un fruto al que llaman al-allu (ciruela), que una vez seco es transportado a India y China. El sabor de este fruto es dulce cuando aún está verde, pero al secar adquiere un sabor ligeramente ácido; su pulpa es abundante. Nunca vi nada igual ni en al-Andalus, ni en el Magreb, ni en Siria.
Después caminamos continuamente durante un día entero entre huertos, ríos, árboles y campos cultivados y llegamos a la ciudad de Bujara, patria del imán de los tradicionistas Abü ‘Abdalláh M. b. Isma’il al-Bujari (el más célebre compilador de hadiths). Esta ciudad fue la capital de las tierras situadas allende el río Yayhün (la Transoxiana) . El maldito Tankiz (Gengis Khan) el tártaro, abuelo de los reyes del Iraq, la asoló. Ahora, casi la totalidad de sus mezquitas, madrasas y zocos están en ruinas. Sus habitantes son despreciados; su testimonio no es aceptado ni por Juwárizm ni por ninguna otra ciudad porque se les reputa de parciales, falsos y desvergonzados. No hay hoy en Bujára nadie que sepa algo de las ciencias o se preocupe por saberlo.